Las reglas de la guerra

La muerte de 17 militares españoles en Afganistán está trayendo a su vera algunas tonterías, las más protagonizadas por los miembros del partido popular, aunque aún no he oído al forense Trillo, a Federico el identificador, decir nada. Aún.
A lo que vamos. Es discutible nuestra presencia en Afganistán y, por tanto, la eliminación de riesgos para nuestras tropas, salvo el que se deriva de las propias carreteras españolas. Porque se nos ha olvidado, pero a cuenta de la muerte de unos soldados españoles en Bosnia hace años salieron a relucir las estadísticas y la guerra de los carriles se lleva por delante más militares que otra cosa.
Pero francamente, no sé para qué queremos un Ejército si no lo usamos, así que hay que ser serios: si nuestros socios y aliados nos piden que vayamos a un sitio, pues se lleva al Parlamento, se discute y se va o no según se vote. Perdida la oportunidad de mantener a España fuera de las organizaciones militares en 1982 y de disolver el Ejército, hay que fastidiarse y apechugar con la parte alícuota de «defensa de la democracia» que nos topa por ser occidentales, otánicos y etc.
Dicho esto, y como el oficio de militar tiene riesgos, hay que apoyar y callar: gracias por los servicios prestados, el valor, etcétera. Que a fin de cuentas les hemos pagado entre todos el viaje con los impuestos, les mandamos allí vía Parlamento, etc. Qué menos que ser agradecidos. Y en el agradecimiento se incluye no cuestionar la causa más allá de la estricta y legítima curiosidad.
¡Cómo! Defender la censura a estas alturas. Te haces viejo, pinche dinosaurio. No. Viejo lector de Clausewitz, el más grande teórico de la guerra, no puedo olvidar que una de las reglas básicas es no dejar que el enemigo sepa de tus bajas. Y no creo que sea bueno decirle a Al Qaeda que si, que ha vuelto a derribar un helicóptero. Es propaganda, y muy negativa en Afaganistán, un país en el que sólo se respeta la fuerza bruta.
Aunque esa ambigüedad no guste en Occidente.

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