La casa de Bernarda Alba

Ayer estuvimos viendo una más que aceptable versión de La casa de Bernarda Alba en el Teatro Alcázar. Escenografía y vestuario clásicos, montaje sobrio y conservador, lo que hizo las delicias de la osita, a quien gusta más la apariencia de realidad, mientras que a mí me va más lo conceptual, el tipo fura o bieito.
El texto de Federico García Lorca ha envejecido un poco, pero conserva la fuerza suficiente como para que su fondo sea universal: la tiranía, la fuerza de la pasión, la frustración y el dolor de los sueños nunca cumplidos.
Gran trabajo de Margarita Lozano, imponente en todos los sentidos, detrás y delante de la escena como una Bernarda sin excesos de furia, pero implacable en los juicios y las ideas. A su lado, una Porcia con hechuras de criada del franquismo televisivo y mucho tic de personaje que ha encontrado el registro de su vida y no va a dejarlo: María Galiana -injustamente más aplaudida por su popularidad que por su actuación- disfruta con un papel a su medida y que no le exige más esfuerzo que el de cargar con alguna silla, mover una mesa y dar las réplicas con seguridad.
Del resto de las actrices, la normalidad de lo que cabe esperar a estas alturas de las leyes de educación de los últimos 30 años: graves problemas de dicción y volúmenes vocales exagerados. A cuenta de la dirección va algún movimiento sobre el escenario aprendido y no interiorizado y no pocos gestos un tanto ampulosos y no corregidos. Me gustó Ruth Gabriel (y no sólo por ser morena con el pelo recogido) como Magdalena y también Aurora Sánchez (Angustias), eficaces Concha Hidalgo (María Josefa)y Mónica Cano (la criada) y un poco exageradas Nuria Gallardo como Martirio y Candela Fernández, sobre todo esta última en su papel de Adela. Y casi imperceptible la Prudencia de Saturna Barrio.

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