La ingenuidad de los creyentes

Nunca dejará de sorprenderme la ingenuidad con la que muchos creyentes protestan y se sorprenden indignados cuando la Iglesia Católica se comporta como tal. A propósito de las acusaciones de la cabeza de la iglesia contra la organización Amnistía Internacional se alzan las voces indignadas de cientos de ingenuos que exigen amor, respeto y caridad a la Iglesia, convencidos de que es ese el mensaje principal de la bimilenaria institución.
Habrá que seguir explicando a esta grey –que empieza a ser más ignorante que ingenua– que el mensaje de amor, caridad y compromiso con los desfavorecidos no es, de ninguna manera, el mensaje de la Iglesia, sino el de algunos –y extraordinarios– de sus miembros, incluyendo en parte al supuesto fundador. Y digo en parte porque en el supuesto de que hubiera existido, las interpretaciones actuales sobre la solidaridad, la igualdad y otras yerbas son puras ucronías aplicadas al pensamiento de un zelote judio de hace 2.000 años, convencido de ser el heraldo de Yahvé.
La iglesia no tiene ningún mensaje de amor, más allá de unos textos y fórmulas rituales. No se han apartado jamás de las orillas del poder y, de ser fieles a un mensaje, lo son al de su verdadero fundador: Pablo de Tarso. Dejen ya de rasgarse las vestiduras y de tonterías: la Iglesia Católica hace lo que siempre ha hecho: sostener a machamartillo cualquier pensamiento inverosímil, cualquier disparate, con tal de que les permita seguir ejerciendo el control sobre los demás.
Ayudar y alabar a los muchos creyentes comprometidos con ideologías y discursos progresistas, solidarios y de verdadero amor por los demás, no lleva aparejado quejarse de una institución que hace lo que siempre ha hecho: ejercer el poder y sostener a quienes también quieren ejercerlo.

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