Las aventuras de Tom Bombadil, de Tolkien

Desde hace unos veinte años, tras el éxito exponencial que han ido cosechando las tres obras de J. R. R. Tolkien, está instalada en la industria editorial y en la familia Tolkien la idea de cuanto más, mejor para el negocio. Y no han dejado de sucederse las ediciones y contraediciones de cualquier mínimo cuaderno, texto, anotación, marginalia y hasta lista de la compra que pueda haber sido escrito por el maestro oxoniano.
Es tal el abuso que las variantes se suceden y lo que era una obra maestra de concepción de un mundo, de creación de un corpus imaginario pero perfectamente auténtico de una civilización remota, se ha convertido en una franquicia desordenada, voraz de los bolsillos y a mayor gloria del principal responsable, Christopher, tercer hijo del genio y fatuo compilador de cuanto trozo de papel pasó por las manos de su padre.
Era cuestión de especialistas, y también son ganas, el investigar, crear y averiguar la génesis de las obras de arte. Escudriñar las primeras ediciones de los quijotes y hamlets en busca de la variante, de la diferencia para llegar a comprender al genio creador es toda una especialidad y son miles los académicos especializados en otros tantos autores. Que Tolkien se merezca estudios y tesis es innegable, pero convertirlo en superventas a costa de la inteligencia de los lectores o pretender que seamos todos filólogos para disfrutar de las mil y una variantes que llegó a escribir de lo mismo es pasarse.
Tolkien escribió dos novelas completas: El Hobbit y El Señor de los Anillos; una tercera estaba casi acabada a falta de revisiones ulteriores, pero es legible: El Silmarilion; algunos cuentos y varios poemas. Nada más y nada menos. El resto es un inmenso conjunto de papeles preparatorios valiosos sólo para especialistas y megafreaks.
El Señor de los Anillos es el libro que más veces he leído en mi vida: sé de memoria poemas y diálogos, escenas y genealogías, pero tengo un límite y ya no caigo en la trampa tan fácilmente de adquirir-lo-nuevo-de-Tolkien. Porque no lo hay: es de su hijo y de la editorial.
Asi que cuando salieron estas aventuras de Tom Bombadil, ni me molesté. Personaje crucial en El Señor... a pesar de su escasa presencia y su incongruencia -los capítulos en los que aparece tienen un tono como de anomalía y distorsionan la narración-, ya da en el texto canónico todo lo que puede ofrecer. Pero el otro día, destacado en el estante de novedades de la biblioteca, lo cogí. La edición bilingüe es muy hermosa, con ilustraciones de Pauline Baynes, pero poco más. Son de Tolkien, claro, y el eco de su creación salta en cada estrofa, pero. Los 16 poemas -de los cuales sólo cuatro son propiamente de Bombadil-, ya figuran en otras obras y son demasiado complejos, de rimas y versos retorcidos, aptos para traductores con el deseo de enfrentarse a un desafío. Tienen su interés, pero poco más.
Ideales sólo para una tarde de invierno bretón, con un chocolate caliente y el eco de la lluvia rozando los cristales.

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