Un juguete nuevo: twitter

Twitter es otra historia de éxito en internet, aunque su utilidad sea cuestionable. En esencia es un servicio web –y también a través del móvil- por el que puedes enviar mensajes de 160 caracteres a tu red de amigotes. Tiene un crecimiento exponencial y todo se llena de pequeños mensajes que explican lo que estás haciendo, viendo, sintiendo en este momento.
Por supuesto puedes incluir una cajita en tu blog que recoge tus últimos mensajes y puedes añadir amigos, enviarles cosas, recibir noticias. Al lado tenéis el mío. He pasado varios meses, desde la aparición de Twitter, dudando de su utilidad para mi, pero finalmente he cedido. ¿Por qué? Al margen del narcisismo y la necesidad de estar a la última en lo tecnológico y de la curiosidad, el impulso de incluirme en esta red viene provocada por un sentimiento de protección de mi nick.
Hace unos días conocí a un par de hermanos que se dedican a cierta forma de arte. Bien conocidos en el mundillo en que se mueven y dueños de un seudónimo –nick, apodo, o como quieran- afortunado y reconocible, han descubierto con espanto que en determinados servicios de internet no pueden registrarse porque alguien ya lo ha hecho usurpando ese nombre. La Red está llena de reflexiones sobre la identidad, la personalidad y el anonimato, pero no voy a extenderme sobre ello.
La clave es que hoy he caido en que cualquiera puede usar esta identidad y me he unido a otro servicio exitoso en internet para evitarlo. Bueno, por eso y también porque mola que se pueda saber lo que estoy haciendo en cada momento, aún en la distancia, para halagarme el ego. Así que, a partir de ahora ya sábeis dónde estoy y qué hago.

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