La escuela privada ya no es tan exclusiva

Uno de los grandes flecos que dejó colgada la transición. O, si lo quieren más personal, uno de los jirones de piel que nos dejamos los tontos que salíamos a la calle para protestar durante esos años, fue el de la escuela, la educación, lo que incluye también la presencia de la religión en las aulas y demás. A este respecto, mi posición es de sobra conocida y puede resumirse así: el que quiera dioses que se los pague, que los escuche en los templos y la educación concertada no existe: es privada que pagamos todos.
El problema de la educación española es también el de su clase media, empeñada en una igualdad a la baja que acabará por destruir cualquier atisbo de cultura del esfuerzo que nos quede. Si es que no lo ha hecho ya. Pero ahora no me interesa recordar el fracaso escolar, los profesores quemados, la desmotivación ni otros males.
El complejo de inferioridad de la clase media española, unido a su carácter de nuevos ricos, ha empujado a miles de familias durante años a considerar la escuela privada, antes que la pública, como la mejor opción para sus hijos. Aunque el pago no garantice que quien es tonto, vuelva de la guerra más listo de lo que se marchó, miles de familias se empeñan todos los años en una carrera de gastos que sólo sirve para mantener el prestigio social o las apariencias.
Desde hace 20 años, además, el discurso político de buena parte de la izquierda española contrasta con su particular proceder y son pocos los líderes de esas formaciones que no envían a sus hijos a colegios de pago. Con un falso prestigio ganado durante el franquismo, bien servido por los medios de comunicación, la escuela privada se alza como si fuera la gran solución de futuro para nuestros hijos, cuando no es más que un negocio, servido por comerciantes a los que les importa el futuro en la medida en que las generaciones de alumnos se perpetúen en sus aulas, de padres a hijos.
Pero lo más grande viene a la hora de analizar la supuesta exclusividad de estos colegios, llamados a ser de élite. No discuto si tienen más o menos alumnos por clase o si disponen de más o menos medios, porque la llamada brecha digital, el índice de lectura y otros indicadores están sesgados en la medida en que son los hogares y la actitud de los padres lo que van a establecer al final unos u otros.
Hace unos días, se publicaba un interesante -aunque obvio- reportaje sobre las diferencias entre el número de escuelas públicas y privadas en función de la comunidad autónoma. Hay varias cosas llamativas, como que Cataluña, tras décadas de gobierno nacionalista de derechas, apueste decididamente por la escuela pública. Pero lo que ha provocado este post son precisamente las cifras de la comunidad de Madrid: 15.694 centros privados frente a 5.957 públicos.
¿Dónde está la supuesta élite? Si la educación privada se basa en la exclusividad, al menos en Madrid, lo cool, por escaso y exclusivo es, desde luego, la escuela pública. Padres que queréis lo mejor y más único: matriculad a vuestros hijos en Castilla La Mancha: sólo hay 36 colegios privados.
Nota: soy fruto de la enseñanza pública y mis hijas también lo son.
Cuadro publicado con esta noticia de El País.


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