La poética del espacio

Repetir las mismas pautas todos los días nos ofrece a los compulsivos una oportunidad única de estudiar el entorno, de apreciar los cambios y admirarnos con la repetición inexorable. Reconocer las mismas caras en el mismo tren, que éste llegue a la misma hora y se detenga en el mismo y exacto lugar del andén son placeres que sólo los obsesivos paladeamos. Que el modelo de tren varíe o que las personas cambien de puerta puede resultar hasta molesto, como si el orden fundamental del mundo se hubiese alterado.
Gastón Bachelard, uno de los grandes teóricos de la literatura, no hace en esta Poética del espacio ninguna apología de mis placeres cotidianos, pero si explica de qué forma los espacios, los lugares, forman parte de la poesía, no tanto como tópicos o como usos, sino como parte del lenguaje, como materia poética. Bachelard no hace exactamente un catálogo de los sitos en los que transcurre la poesía o en los que se puede desarrollar un poema, sino más bien un mapa de los lugares que la poesía occidental recorre con asiduidad.
Es una topografía de lo cotidiano, el retrato de lo que nos rodea lo que se constituye como material poético, como material-refugio del pensamiento o la mirada. De la misma forma que yo me siento rodeado de una pauta inmutable de lugares, luces y personas por las mañanas que me ayudan a reconocer el mundo y enfrentarme a él, los espacios en la poesía rodean y dan sentido al poeta y le ayudan a encontrar el suyo, o a posar su mirada de una forma diferente sobre algo aparentemente visto muchas veces antes.
Las casas y, dentro de éstas, las habitaciones, los sótanos y buhardillas; muebles y cajones, objetos, las viviendas de los animales, los rincones… Bachelard recorre con ejemplos, con versos y citas de diversos autores, ese camino espacial de la poesía. Y en el recorrido encuentra también las huellas que las dimensiones dejan en nosotros y en nuestro pensamiento, asi como nuestro espacio interior y el lugar que ocupa en nuestra lectura del mundo.

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