Pura anarquía

Al leer este conjunto de relatos que publica Tusquets, es muy fácil imaginar a Woody Allen sobre un escenario explicando la historia del hombre –si no él mismo- que se encuentra en un restaurante con un productor teatral que le cuenta un disparatado proyecto para hacer de la historia de la filosofía un musical de éxito. O el relato de una pareja que cae en la escala social cuando su bebé es incapaz de obtener plaza en una de las guarderías más exclusivas de Nueva York. O el hombre al que unas obras en casa llevan al borde del suicidio.
En estos 18 relatos, Allen se muestra tal cual, sin aditivos ni conservantes, es el monologuista ingenioso y profundamente inteligente, jugador con las palabras y los nombres -E. Coli, productor de cine, el sastre que se llama Peplum, Endorphine el levitador...-, capaz de diseccionar en un instante la sociedad occidental:
"¿de dónde ha sacado mi número de teléfono? De internet. Aparece junto con las radiografías de tu colonoscopia."
Y también de sentir una sincera simpatía por los perdedores o por los divorciados asfixiados por la voracidad de sus ex.
El humor de Allen es de cejas altas, es el de los lectores del New York Times, sutil, lleno de claves para iniciados que ni siquiera esta buena traducción permite apreciar en toda su maldad. Pero a despecho de eso, es también un humor cercano, disparatado, que recuerda un poco al mejor Umberto Eco, al que explicaba lo que era la hípica azteca en El péndulo de Foucault o diseccionaba la relación entre el número áureo y la cábala en las medidas de un quiosco de prensa.
Allen, rodeado de agentes, rubias espectaculares, actores y fracasados de todas clases no hace reír, permite que le acompañes en un viaje risueño, con varios planos, para que sea el lector quien descubra el disparate en que vivimos.

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