La era de la imagen

Hace unos días, vi una redifusión de un debate entre un crítico musical y un músico en cnn+ acerca de la banalización de la experiencia. Algo que ya en los 1960 comentaba Aldous Huxley a cuenta de la facilidad con la que se accedía a determinadas experiencias -los viajes, la música- antes más costosas y cómo ese acceso provocaba en los asistentes la indiferencia y la no valoración de esa experiencia.
Durante todo el mes de julio, ese tiempo dedicado casi en exclusiva a mis hijas -también respiro, como y duermo en esos días- he asistido con curiosidad a un fenómeno parecido. Así como para mi generación la fotografía y el vídeo eran algo escaso, circunscrito al gran acontecimiento familiar o social, por lo que aumentaba su valor evocador, desde que nacieron las niñas me preocupó que la sobreabundancia de testimonios gráficos podía alterar sus recuerdos o la percepción de los acontecimientos. Si cada moviento singular de sus vidas está documentado, ¿qué recuerdos propios pueden albergar?
Este mes, armadas con su cámara digital, lo han fotografiado todo, en efecto. Pero hay una pequeña salvedad sobre mis temores iniciales: creo que la utilizan más como un juguete que como un almacén de momentos. Es decir, mientras mi relación con las cámaras es de carácter documental -incluso en las incursiones "artísticas" que me permito-, en la medida que soy consciente de que una fotografía recoge un instante concreto y singular, ellas mantienen una relación más lúdica, menos "trascendente". Recogen lo que ven no tanto como un "recuerdo" sino por valor en sí mismo: la cara divertida, el lugar, la acción.
Seguiré estudiando este fenómeno, porque en cualquier caso, me sigue preocupando lo que puede suceder si se documenta hasta la extenuación una vida.

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