El año de la confianza

Se acabó.
Empezar a escribir con una declaración tan tajante puede tener efectos perversos ante el lector que espera una inmediata explicación de qué es lo que ha terminado y porqué lo hace de una forma tan tajante, pero si algo hay de especial en este blog es que no es inmediato. Más que del blog, de mí, que soy y siempre seré muy premioso, escribiendo y para todo.
Se acabó. El año, por supuesto. Hoy. Pero no es eso sólo para lo que llamo vuestra atención. El tiempo, el calendario, son una convención humana y ni siquiera eso; que el año acabe hoy es una convención occidental, de unos países, de una forma de vida determinada. Así que lo tomaré como una convención para hacer balance, para mirar en mi interior a la manera jesuítica: el examen de conciencia.
Este es el año -a excepción del primero- que menos tiempo he pasado por aquí, que no he cumplido mi objetivo de pasar al menos una vez por semana, a pesar de estar considerado como hiperactivo. Es verdad que he estado en otras partes y que he inaugurado un nuevo espacio, más corto y directo, que se llama Piezas sueltas y que aprovecho para presentaros, pero no me siento bien por no cumplir con mis obligaciones autoimpuestas.
Llevo unos años cayendo del guindo con cierta asiduidad. No llego al suelo aún, pero cada vez hay menos ramas para sujetarme y este año me he caído bastante en varias materias. Por eso este año ha sido el de la confianza. He perdido mucha, en las personas y en mí mismo y tendré que decidir en las próximas semanas si vuelvo a trepar por el guindo o me busco un acomodo a estas alturas. No lo sé.
Claro que sigo confiando ciegamente en la osita, que vive en la rama del guindo junto a mí, pero que se baja ella sola muchas veces al suelo para ver el panorama y advertirme. Y también confío en mi propia capacidad para salir adelante, aunque no como me dijeron una vez, cuando caído y lleno de magulladuras, me espetaron "tu siempre sales a flote, como la mierda". No, no soy una mierda; más bien un superviviente, como todos los seres humanos.
A lo largo del año, he perdido la confianza en algunas personas, no por la sopresa ante sus comportamientos, sino por el descaro. Por la impunidad, por el cuajo, la palabra que más me ha gustado en 2008: hay que tener cuajo para hacerme esto a mí. También he perdido algo de confianza en mi cuerpo, o más bien he perdido confianza en mi propósito -nunca confesado pero latente en todos nosotros- de ser inmortal. Tuve que bajar al suelo y mirar la enfermedad, que no se veía, envuelta en una nube de análisis y pruebas. Tuve miedo. Un miedo oscuro e inconfesable, del que sólo la osita me protegía y del que pocos supistéis algo. Así que ahora, como los césares en su desfile de la victoria a través de Roma, cuando camino llevo detrás de mí una voz que me dice "recuerda que eres mortal". Lo que no es malo: tengo más cuidado ;)
Por lo demás, nada diferente a lo que ha sufrido nuestra sociedad y nuestra economía. Y por eso se han acabado también muchas cosas, no sólo el año. Es lo que tiene perder la inocencia, que con ella se acaban muchos sentimientos y muchas intenciones.
Tal vez más tarde sea capaz de escribir algún propósito para el año que viene. Por ahora, se acabó. Feliz año nuevo.

Technorati:

Comentarios

Entradas populares de este blog

El vertedero, de Djuna Barnes

La función de la crítica, de Terry Eagleton

El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala