Perorata del apestado, de Gesualdo Bufalino

Decía Jardiel en uno de sus impagables prólogos que había en el momento en que escribía dos clases de novelas: las de tesis y las de tisis. Pues bien, esta Perorata del apestado, tan corta como intensa y sorprendente, forma parte del grupo de las segundas, aunque también contenga alguna tesis en su desarrollo. Gesualdo Bufalino, un escritor tan respetuoso con sus lectores que tardó 60 años en darse a conocer con esta novela, no duda en incluir al final del texto una larga addenda con muchas de las claves, motivos, intenciones y citas que empleó al escribirla. A diferencia de un Joyce, que escribía para que la critica se volviese loca, según decía, Bufalino, menos torvo y más transparente, no duda en mostrar las piezas del andamio y las herramientas utilizadas, lo que se agradece, aunque rompe un poco con la siempre agradable sensación de misterio que envuelve la génesis de una novela. Hasta en eso es original y poco "escritor" este Bufalino.
La novela en sí me ha recordado a otros tres autores -que Bufalino no menciona en su alegato final- por su asunto y su desarrollo. Por una parte, esta perorata enlaza bastante con un autor inquietante como es Thomas Bernhard, al que por cierto hace mucho que no releo, y lo hace en términos estilísticos, o más bien de herramientas, de tono discursivo denso y envolvente. También tiene algo del Cela de Pabellón de reposo, pero sin la impostada experimentalidad de éste, más ácido y triste, con una melancolía interior que llega a ser pegajosa pero no desagradable. Por último, esta perorata tiene ecos de la resignación final del Diario del año de la peste de Daniel Defoe, sobre todo por el placer que emana de los pensamientos del protagonista ante lo inevitable de nuestras acciones frente al enemigo implacable que está en nosotros.
"Es posible que nosotros, me refiero a la Tierra, Casiopea, Alpha Tauri, aquella estrella fugaz, todos los demás cuerpos y astros que ves y no ves, todos nosotros, zodíacos y naturalezas, seamos sólo millones de cálculos en el riñón de un corpulento animal, su cólico interminable, los cuajos pétreos de su dificultosa y desmesurada planta depuradora y así flotamos, en el éter y orín que se le encharca por todos los meatos y le hace ulular gloriosamente de dolor en el silencio de los espacios eternos."
El texto no escatima cierta pornografía de la muerte, cierta morbidez ante una enfermedad -la tuberculosis- tan literaria, pero no es una novela especialmente pesimista y contiene algunos pasajes muy hermosos, de amor y de amistad.
"¡Qué amigos éramos todos! Y cada vez más conjurados y fieles a medida que el mundo ofrecía, sólo al remover una piedra, cada vez más graves motivos de horror. [...] opondremos al destino, para confundir su puntería, nuestras estaturas gemelas y nuestros nombres cambiados; qué hermoso era amarse del otro."
Eso sí, ni Bufalino ni sus personajes se engañan en cuanto a la naturaleza del ser humano, de su capacidad para lo mejor y lo peor; incluso para la indiferencia final, tal vez lo más logrado y redondo de la novela, lo que mejor nos retrate ante la muerte y, sobre todo, ante la vida.

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