Cuentos de humor y de horror, de Hector Hugh Munro, Saki

Siempre me ha resultado sorprendente, y eso que soy bastante anglófilo, la capacidad de los ingleses para desarrollar una escuela de humor propia y definida. Mientras en España los humoristas han estado inscritos con mejor o peor fortuna en sus respectivos movimientos literarios, según la época, o más bien por libre e inclasificables, en el Reino Unido siempre ha existido una conexión entre épocas, un hilo tenue que permite reconocer, aún en las traducciones, el humor británico.
Desde Chaucer a Tom Sharpe, el humor británico no ha dejado de tener una personalidad propia, por encima de las modas, las corrientes y las épocas. Claro que hay grandes nombres, como Maugham o Chesterton, pero incluso aquellos autores que sólo se han aventurado con alguna pieza humorística como Wilde o que han introducido alguna breve situación de humor como Ford Madox Ford, tienen ese aire de familia. Un humor siempre tierno con sus criaturas, lejos de esa burla chulesca, rancia y cruel de señorito, tan querida por estos pagos y que tantos representantes tiene en la radio y los periódicos de la derecha.
Sospecho que la causa está en la propia sociedad británica, en la rigidez de sus modales y sus normas de convivencia, lo que provoca el gusto por la transgresión, por destruir esas normas desde dentro que exhiben los escritores británicos y que les son tan comunes. No sé si este estilo diferenciado es aplicable a la imagen -estoy pensando en Mister Bean, pero también en Benny Hill-, que parece distinta y sin embargo similar.
Viene esto a cuento de estos deliciosos -tratándose de un inglés, ése es el adjetivo- cuentos de humor y horror de Saki, cortos e intensos como un trago de oporto, dulces en su escritura y corrosivos hasta decir basta en su trasfondo. Cuando uno contempla los defectos de la sociedad en la que vive, y por tanto los hace propios, la actitud de negarlos o de hacerlos visibles con escándalo y seriedad parece inevitable; Saki, como otros humoristas británicos, es capaz de situarse a tal distancia que todos esos defectos se ven ajenos y cómicos.
No banales, ni vulgarizados, cómicos. Saki no busca la podredumbre ni la sátira cruel, sino una especie de distancia liberadora, de tal forma que las grandes y las pequeñas cuestiones de la vida cotidiana se ven tan relativizadas que mueven a risa. Saki, además, es un maestro de la situación, del momento único capaz de alterar toda una vida. Los planteamientos de sus cuentos son tan sencillos que se resumen casi en dos palabras: un visitante es confundido con otra persona; la falta de comunicación provoca un momento más que embarazoso; un niño que no sabe perder...
Es después, cuando el momento inicial se ha explicado, cuando Saki deja que sea la lógica de los acontecimientos la que guíe a sus personajes, en ese momento es cuando asistimos asombrados a las consecuencias y la sonrisa aflora como única solución. Casi da miedo su capacidad para detectar las flaquezas, para resumir en una línea el carácter de las personas, pero también se lo agradecemos, aunque sólo sea para vernos en el espejo con otra mirada.

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