Propiedad Intelectual, ¿Bienes públicos o mercancías privadas?, de Igor Sádaba (I)

Mi padre no compartió conmigo muchas cosas; su filosofía no le permitía hacerse cargo de sus hijos hasta su mayoría de edad y, hasta ese momento, la jurisdicción sobre nosotros era casi de la exclusiva responsabilidad de mi madre. Cuando llegó esa mayoría de edad, como es lógico, no estaba yo por la labor de compartir nada con mi padre, más preocupado por compartir pensamientos, sustancias y sobre todo fluidos con otras personas.
Cuando yo descubrí las muchas enseñanzas que mi padre podía compartir conmigo, el tiempo había transcurrido en exceso y mi vida tenía derroteros y compromisos que me impedían pasar más tiempo con él. Sin embargo, de la escasez hicimos virtud, de tal forma que si tuvimos, pongamos diez conversaciones -nunca habrá un número exacto-, no he olvidado ni una coma de ellas, tan excepcionales e interesantes fueron.
Una de ellas fue para compartir la perplejidad que ambos manifestábamos ante el concepto de autoría aplicado a las obras colectivas: ¿quién era, en efecto, el verdadero autor de los programas que realizaba entonces con mano férrea en Prado del Rey? ¿Qué parte alícuota tenía el director, que elegía los temas? Incluso ¿qué parte podía corresponderle al cámara que cerraba el plano siguiendo sus indicaciones? El retraso, aunque leve, al pinchar una cámara u otra, ¿no constitutía también cierta autoría? Por no hablar de guionistas y hasta de presentadores. Es verdad que las leyes, en su implacable precisión definen bien quién ha de ser el autor de una obra colectiva, pero no era de ellas de quién hablamos.
Ni él ni yo sabíamos, aunque si sospechábamos, que la propiedad intelectual y el concepto de autor estaban sufriendo un monumental cambio de paradigma, al que nuestro país llegaba con algo de retraso pero también con mucho entusiasmo para adoptar sin cuestionarse cuantas legislaciones fueran necesarias para entrar en la modernidad. Viene a cuento este largo excurso para recomendar primero, y explicar porqué, después, el libro Propiedad Intelectual, ¿Bienes públicos o mercancías privadas? de Igor Sádaba, inagotable fuente de sorpresas y de citas, de conceptos y armas para enfrentarse al muy complejo y fascinante debate en torno al copyright.
La actualidad y la gravedad del asunto son permanentes, con el intercambio de archivos por internet y la élite de los creadores instalados en una perplejidad defensiva bien triste como extremos opuestos de un asunto al que es difícil acercarse sin maximalismos.

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