El aire y los sueños, de Gaston Bachelard

No es la primera vez que el entusiasmo del fino analista literario Gaston Bachelard me contagia. Sin llegar a la erudición monumental de un Steiner, Bachelard tiene un entusiasmo y un amor por la literatura que son tan estimulantes como contagiosos, lo que no le quita ni un poquito de profundidad.
En El aire y los sueños, por cierto traducido por Ernestina de Champourcín, poeta del 27, Bachelard analiza los sueños de vuelo y el papel que esto juega tanto en la imaginación como en la creación literaria, bajo la premisa de que “El hombre, como hombre, no puede vivir horizontalmente” y que las metáforas de vuelo, de elevación, son las que convierten un texto en literario. “La subida es el sentido real de la producción de imágenes, es el acto positivo de la imaginación dinámica.”
Para ello, utiliza poemas y textos de Shelley, Rilke, Balzac, William Blake y Nietzsche, entre otros, buscando el sentido profundo de sus metáforas, de las conexiones entre la creación, la imaginación y la palabra:
La imaginación habla en nosotros, nuestros sueños hablan, nuestros pensamientos hablan. Toda actividad humana desea hablar. Cuando esta palabra toma conciencia de sí misma, entonces la actividad humana desea escribir, agenciar los sueños y los pensamientos.
Hay ocasiones en que Bachelard es demasiado hijo de su tiempo -el texto se publicó originalmente en 1943-, y sus conclusiones están demasiado mediatizadas por el psicologismo religioso y un gusto por la poesía ya entonces a contracorriente de lo que los mismos poetas empezaban a escribir, como cuando niega la posibilidad de hacer poesía con la ciencia.
Tampoco le reconoce valor alguno al conocimiento como fuente de imaginación, pero eso no quita que, en general, sea un lector muy agudo e inteligente, capaz de ver más allá de muchos textos y de plantear interesantes cuestiones sobre el origen y el uso del vuelo onírico, la pteropsicología y las metáforas de las alas o el murciélago y la percepción antigua de su vuelo, por ejemplo. Todo ello, sin perder de vista la crítica literaria
[…] para conocer la vida metafórica del lenguaje es necesario pesar muy exactamente la materia de un adjetivo, y hay que guardarse de creer que la imaginación del adjetivo ligada a la apariencia arrastra de modo automático la imaginación del sustantivo.
o la función primordial del lenguaje para la Humanidad
En cuanto se sitúa el lenguaje en su lugar, en el extremo mismo de la evolución humana, se revela en su doble eficacia: pone en nosotros sus virtudes de claridad y sus fuerzas de sueño.
Algo con lo que no puedo estar más de acuerdo.

Technorati:

Comentarios

Entradas populares de este blog

El vertedero, de Djuna Barnes

La función de la crítica, de Terry Eagleton

El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala