La maleta de mi padre, de Orhan Pamuk

No suelo utilizar los premios como criterio de lectura, más bien me repelen un poco, bien por su falsedad, bien por las razones de la concesión, bien porque la historia está llena de escritores excelentes que nunca recibieron nada. Pero tenía curiosidad por Orhan Pamuk, un novelista turco de quien he leído algunos artículos interesantes. La triste gestión de Cajamadrid con la biblioteca del barrio, convertida ahora en un bibliobús de horarios inciertos, escasos fondos y un trato singular -por no decir algo más fuerte- a la hora de consultar, ha puesto en mis manos este pequeño volumen bien encuadernado pero caro (9,90€), que recoge tres discursos sobre literatura pronunciados por el autor durante su carrera.
El primero, el que da título al libro, es el que pronunció tras recibir el Nobel en 2006; el segundo, El autor implícito, responde al premio Puterbaugh, también de 2006; y el tercero, En Kars y en Francfort, fue leído en 2005 al recibir un premio de los libreros alemanes. Los tres explican -con algunas reiteraciones- los motivos y las peripecias que llevaron a Pamuk a dedicarse a la literatura, así como algunas reflexiones sobre el oficio de escritor y el arte de construir historias. En general, Pamuk no se aparta de la gran ley de la gravitación literaria: la pasión es la razón de toda escritura, al margen de las circunstancias personales que cada uno pueda tener.
La maleta de mi padre es el más personal y emocionante, con el recuerdo de las expectativas literarias de la juventud de su padre y los sentimientos que el contacto con los textos de su padre provocó en Pamuk Y quien dice textos, dice cualquier otra cosa: Pamuk desmenuza, comprende y comparte lo que muchos huérfanos sabemos y sentimos al enfrentarnos a la desaparición física de uno de nuestros referentes, el surco profundo que dejan los recuerdos infantiles.
Pamuk reconoce haberse pasado la vida construyendo una biblioteca y recordando la que tenía su padre, que le abrió las puertas a la literatura. En mi caso, tiene un poco de reconstrucción, de ediciones, títulos y hasta de olores de infancia. Pamuk resulta ser como un fino anatomista, sensible, capaz de dibujar con facilidad los más mínimos detalles de un recuerdo, universalizándolo y dejando que nos invada con dulzura.
[…] ser escritor significa detenerse en las heridas ocultas que llevamos en nuestro interior, de cuya existencia, como mucho, tenemos una ligera idea, descubrirlas y conocerlas pacientemente, sacarlas bien a la luz y convertir esas heridas y sufrimientos en una parte de nuestra escritura y nuestra personalidad que abrazamos conscientemente.
En los otros dos discursos, Pamuk amplía un poco el arco de sus motivos para escribir, pero también las razones por las que hay que leer. El último texto se cierra con una reflexión política un poco ingenua, pero al mismo tiempo poderosa, sobre las razones por las que Turquía forma parte de Europa y porqué ésta no debe cerrar sus puertas a un país musulmán, pero laico.

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