Después de La sociedad abierta, de Karl Popper

Ya tenía ganas de echarme a la cara a Karl Popper, muy citado y utilizado para justificar políticas y actitudes francamente estrafalarias en ocasiones. Sobre todo en lo que respecta a la ciencia, las teorías y la desaparición del concepto de autoridad. Es decir, por mucho que me digas que 2 y 2 son cuatro y seas matemático, no hay certeza de que eso sea cierto.
Sospechaba yo, y la lectura de Popper me lo confirma, que se había producido un malentendido interesado y apoyado en Popper para darle legitimidad al cuestionamiento de las teorías más incómodas. Es decir, los fundamentos de la Biología, la Astrofísica y demás. Tomar conceptos filosóficos o preguntas sobre la naturaleza de la verdad en un plano puramente de pensamiento y utilizarlos para cuestionar el conocimiento científico es lo que llevan décadas haciendo los defensores de divertimentos como el diseño inteligente, que han leído de Popper lo que han querido, y se han olvidado de otros textos, como
[…] no es tarea de la religión manifestarse acerca de problemas que competen a la ciencia y que pueden abordarse mediante el método científico.
Por ejemplo. En términos políticos, tampoco Popper se libró de un interpretación sui generis de su pensamiento, aunque es verdad, y lo digo desde la izquierda, que hay motivos para la crítica.
Popper es profundamente etnocentrista y traslada a todas las sociedades las condiciones y parámetros que son exclusivos de Occidente. Me da igual que se llamen clases o estratos, lo cierto es que la riqueza del planeta está en muy pocas manos y la miseria es un problema de primera magnitud. Popper niega que incluso en las sociedades libres un mercado sin control pueda generar pobreza. En Estados Unidos, por ejemplo, los hispanos, negros, pequeños agricultores y empleados de los Wal Mart no me parece a mí que sean precisamente de clase media. Por supuesto que su situación no es la de los habitantes del Sahel, pero no lo es porque su economía política está orientada a proteger sus intereses comerciales negando cualquier posibilidad de intercambio. Y eso sólo en materia agrícola, de la que los europeos sabemos un rato.
No obstante, me ha resultado enriquecedor y me he encontrado cómodo con algunos de sus planteamientos políticos, muy influenciados también por su época y el impacto que la Segunda Guerra Mundial tuvo sobre él. Sus ideas sobre la tolerancia, por ejemplo, son un buen punto de partida para construir una sociedad mejor, lejos de utopías.
[…] una sociedad abierta, en épocas de paz y resistencia, debería tolerar en lo posible sus márgenes lunáticos, es decir, a quienes predican la intolerancia e incluso la violencia; los márgenes lunáticos de aquellos que, al mismo tiempo, acusan a los tolerantes de hipocresía si no están dispuestos a tolerar toda forma agresiva de intolerancia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El vertedero, de Djuna Barnes

La función de la crítica, de Terry Eagleton

El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala