Las señoras de [póngase el apellido preferido]
Observo en varias personas de mi entorno
que la ignorancia sobrevenida de las esposas juzgadas por los delitos de sus
maridos provoca cierta perplejidad. No porque se utilice el desconocimiento
como excusa –un clásico y uno de los primeros axiomas del Derecho desde hace
3.000 años: la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento-; sino por la
supuesta contradicción entre una personalidad femenina normal, independiente y
capacitada, con la inopia más absoluta respecto de los “negocios de mi marido”.
No todos los casos son iguales, y a la hora
de entender las razones de esas mujeres -insisto: tan libres e iguales ante la
sociedad como esposas florero ante los tribunales-, no vale el trazo grueso y
sí la tipología fina. Permitidme la licencia taxónomica: estos son los géneros
de la familia de las esposas florero, al menos ante los tribunales españoles.
El caso de Cristina Borbón, ya absuelta, es
el más claro. Aunque pueda resultar incomprensible, puede ser cierto que no
sabía nada. Una persona que jamás se ha preocupado por saber si hay leche en la
nevera, que nunca ha entreabierto la puerta de un retrete para reclamar un
rollo de papel higiénico, no vive en este mundo. Para nosotros resulta
inconcebible que el dinero o los negocios no tengan ni la categoría de asunto
doméstico: pero así viven ellos, amigos.
Hace muchos años, durante un viaje por
India, trabé conversación con una persona que jamás había salido del desierto
en el que vivía, y a la que mis relatos de un mundo en el que movías una
palanca y obtenías agua dibujaron una mueca de incredulidad. No podía concebir
que eso fuera posible. Pues bien, para una Infanta de España, es inconcebible
que el dinero sea necesario, ni siquiera como objeto, acostumbrada a pedir y
que su séquito proporcione lo pedido sin más.
El caso de Ana Mato, testigo sólo de las
marrullerías de su ex marido, es diferente. Aunque consciente del valor del
dinero y de sus usos, durante su matrimonio el nivel de incomunicación con su
pareja debió de ser épico para no interesarse siquiera por los automóviles que
se guardaban en su garaje. Me atrevo a sugerir que, encauzada su carrera
política, en un momento dado se desentendió para no alterarse, como cuando
llegamos tarde a una cita y nuestras parejas no tienen ningún interés en
nuestras excusas basadas en atascos o misteriosas averías en el transporte
público. Me imagino la mirada de Ana Mato ante la historia que contaba Jesús
Sepúlveda sobre quién iba a pagar la fiesta de cumpleaños de su hija, y su
frase lapidaria y aterradora para cualquier esposo: "Jesús, tú veras. Pero
yo no quiero saber nada".
El último tipo de esposa florero –solo ante
los tribunales españoles-, es el de Rosalía Iglesias, casada con Luis Bárcenas
y probablemente la más indefensa de las tres. La “vida plena que lleva con su
marido”, según su propia declaración, es la de quien ha visto cumplidas todas
sus aspiraciones de niña bien de la burguesía: un príncipe y caballero andante
que se ocupa de todo, protegida frente a todo y con un tren de vida más que
cómodo, sin llegar a lo ostentoso. A santo de qué se va a enterar ella de nada,
habiendo exposiciones, mesas petitorias contra el cáncer y decenas de bodas y
viajes de vacaciones para contar a las amigas en aquellas cafeterías de nuestra
juventud: California, Nebraska, Manila...
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