El fraude en la ciencia

Hacía tiempo que no me divertía con la lectura de algo sensato, científico y que te deja con ganas de formular más preguntas que de recibir respuestas tontas. No es que reniegue de Chateaubriand, que me ha dejado agotado y con mueca de satisfacción, es decir, como de después de.
Pero las monumentales memorias del vizconde no son para hacer reseñas, sino para citar y recordar, para sostener dentro de la cabeza como puntal de las ideas, de la concepción del mundo que hemos de tener; en el sentido de nuestro origen, no porque el mundo del bueno de René sea deseable.
Viene a cuento el rollo por el libro que ahora termino, Anatomía del fraude científico, escrito por Horace Freeland Judson. Como suele ser habitual en la colección Drakontos de Crítica, lejos de ser un reportaje alargado o una colección de textos coyunturales, Anatomía... es un estudio riguroso y documentado sobre el fraude científico en toda su extensión.
Aunque peca un poco de exceso de fuentes periodísticas anglosajonas y se circunscribe en muchos casos al mundo anglosajón, Freeland no se limita a enumerar casos, sino que hace un certero diagnóstico de las prácticas ilícitas que el día a día del trabajo científico lleva. En todo momento deja claro que los fraudes en la comunidad científica son excepcionales, pero también que la ingenuidad de muchas instituciones y científicos respecto al comportamiento de muchos investigadores ya no se justifica.
El problema de la competitividad entre científicos, las luchas por los fondos, las presiones sobre los miembros más jóvenes de los equipos, la falta de normas y controles homologables de gestión y resolución de los conflictos, la quiebra de los antiguos sistemas de control de los artículos (la llamada revisión entre iguales), el exceso de peticiones de las revistas, la burocracia y otras circunstancias explican muchas actuaciones irregulares y también buena parte de los fraudes.
De hecho, Freeland comienza su Anatomía... aclarando, con dos ejemplos ya clásicos (el caso de la empresa Enron y el del periodista Jason Blair), que el fraude es un problema general de la sociedad y de sus instituciones y empresas, que no hay sector que no haya sufrido sus efectos.
Historiador de la ciencia, Freeland describe el problema, ofrece soluciones cuando las tiene y cundo no, propone mecanismos que pudieran ayudar a solventar el problema. Para él, la cuestión no es evitar las conductas fraudulentas que siempre serán excepcionales, sino establecer los controles suficientes para que la práctica científica se desarrolle en una atmósfera más sosegada.
En resumen, un manual imprescindible para los investigadores de cualquier disciplina y también para los aficionados a la buena divulgación científica, sin sensacionalismos.

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