Ko Un

Hace unas semanas, la osita y yo asistimos por una rara casualidad a un intercambio de poemas entre el poeta coreano Ko Un y el español Antonio Colinas, a cuenta de la presencia en Arco de Corea del Sur como país invitado. Lo pasamos bomba, claro. Ko Un se cepilló una botella de rioja y consiguió, sin entender una sola palabra de coreano, conmovernos, hacernos reír y seguir atentos cada verso.
Buena parte del mérito lo tuvo la traductora de coreano, que también disfrutó de lo lindo. En la mesa, el contraste era impagable. En un extremo, Clara Janés, vestida de poeta y con una sonrisa perpetua y plácida en la cara. A su lado, el inquieto y transgresor coreano; a continuación, un circunspecto Colinas, convertido durante toda la velada en poeta oficial. Y entre el público, enterados como nosotros, autoridades coreanas bastante perplejas y otros personajes curiosos.
Ko Un fue un descubrimiento, aprehendido después con un par de libros, uno de ellos dedicado, a pesar de nuestra alergia al fetichismo. Poesía oriental del momento, de lo que pasa en una aldea, de lo que ven los ojos, sin trascendencias ni vocación de eternidad. Sólo la mirada. De su libro 20.000 vidas, me quedé con estos versos, quizá porque se cumplía por esas fechas el cambio de apellidos de mis hijas.
¡Hijos!...
Sed independientes de vuestros propios padres.
Sed independientes de los apellidos de vuestros padres,
Cread vosotros vuestros propios nombres.

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