Extraterritorial, de George Steiner

Después de leer la entrevista con George Steiner que tanta polémica trajo por sus comentarios acerca de la lengua gallega, intercambio de cartas entre intelectuales incluido, recordé que era un autor que tenía pendiente. Es lo bueno de ser autodidacto, que emprendes un camino que nunca sabes dónde te va a llevar, pero también es lo malo: a veces lees a destiempo. Lo que por una vez no es el caso, porque Steiner vale la pena.
Extraterritorial es un conjunto de varios ensayos con el denominador común de la erudición y la lectura analítica de textos. Steiner es uno de esos admirables y pacientes críticos literarios capaces de desentrañar la razón última de un texto o de un autor; un lector extraordinario, erudito y poco complaciente.
“Reconocer la naturaleza dependiente y subsidiaria de la crítica y la historia de la literatura es un acto necesario de honradez.”
El libro se abre con Extraterritorial (1969), acerca del papel de las lenguas en la literatura y los escritores. Su tesis central es que cuantas más lenguas domina un autor, mejores son sus obras, ya que el uso de lenguas que no son las maternas –pero si bien conocidas- permite desarrollar un lenguaje propio y encontrar recursos expresivos que un monolingüe no es capaz de imaginar.
El segundo es Sobre matices y escrúpulos (1968) y está relacionado con el anterior a través de sus lecturas de Beckett o Wilde y cómo se influyen las lenguas entre sí en las obras de estos autores. En Los tigres en el espejo (1970), Steiner analiza a Borges y su mundo y como emplea el idioma inglés y la cultura como estilo.
“Un agudo crítico francés ha dicho que en una época donde la ignorancia de la literatura es cada vez mayor, en la que incluso las personas más cultas tienen conocimientos muy superficiales de teología y literatura clásica, la erudición es en sí misma una especie de construcción fantástica y surrealista.”
Grito de destrucción (1968) se centra en una vieja polémica ¿se puede ser una mala persona y tener una obra literaria admirable? Con Céline como ejemplo, Steiner explica las relaciones entre la literatura y el horror o el antisemitismo de algunos buenos escritores. Muerte de reyes (1968) está dedicado al ajedrez y sus pasiones.
A partir de El lenguaje animal (1969), Steiner se centra en el lenguaje y las actividades cerebrales,
“[...] el hombre es un zoon phonanta, un animal que habla. Y no hay otro como él.”
Y aquí puede estar la clave de su polémica ‘gallega’: la multiplicación antieconómica de las lenguas, para la que no encuentra una explicación. Después explica las tesis de Freud que los actos cognitivos pueden ser como actos de lenguaje, pero también como el psicoanálisis clásico es tan semántico que está atado a la lengua de Viena y de sus pacientes, aunque Lacan trate de refundarlo. Son excelentes sus preguntas a propósito de las lenguas y la literatura:
“¿Los géneros literarios -la epopeya en verso, la oda, la tragedia en verso, la novela- tienen una vida cíclica? ¿Se corresponden con las demandas y con las posibilidades de la lengua y decaen una vez esas demandas han sido satisfechas? ¿Qué significa traducir? ¿Qué funciones lingüísticas, filosóficas y poéticas están afectadas cuando un poema pasa de una lengua a otra y hasta qué punto el modelo de la gramática transformacional acepta la posibilidad de traducción?”
En este mismo ensayo, Steiner recoge una reflexión que viene que ni pintada precisamente hoy, tras el auto del juez Garzón:
“Silenciar el pasado, borrar los nombres, acciones y pensamientos de los muertos indeseables: una tiranía particularmente horrible que separa a la humanidad -o a determinadas sociedades- de las responsabilidades básicas del duelo y de la justicia. El hombre vuelve a habitar un paisaje sin ecos.”
Y otra vez se me hace largo, así que esta reseña tendrá segunda parte.

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