Cómo editar un texto (VI)

Ya hemos visto el espíritu que debe presidir nuestra labor editora, simplificado como coherencia, honestidad, confianza, diálogo, comprensión lectora y crítica.
Hagamos ya una primera distinción entre textos literarios e informativos, porque si bien las grandes líneas de una buena edición son las mismas, no lo son los detalles y, sobre todo, la relativa libertad con la que el editor puede enfrentarse al texto. En el caso de los textos literarios, la complicidad y la confianza con el autor son fundamentales, aunque lo que éste suele esperar de la edición no pasa de la corrección y chequeo de errores.
Aunque todas las editoriales someten a revisión los textos, no es imposible que se deslice algún error, bien por descuido, bien por empecinamiento del autor en sostener algún error de buena fe. Alguno bien conocido pasó por mis manos sosteniendo y no enmendando un error astronómico, insignificante, pero subsanable. Otros, como Javier Marías, son de una pulcritud obsesiva y sus originales, escritos a máquina en folios impolutos -el mismo autor es quien los edita y corrige- son intocables.
Pero en esta serie vamos a ocuparnos, al menos al principio, de la edición de textos propios y ajenos de carácter más informativo, lo que no supone que sean periodísticos o que no puedan ser literarios. Compartir con los amigos una experiencia, un viaje o un acontecimiento, será para ellos más agradable si les presentamos un texto pulido y sin errores; y no digamos si nuestra pretensión es compartir con un público más amplio, cualquiera de nuestras ocurrencias, aunque sea utilizando una fuente comic sans.

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