Cómo editar un texto (VII)

No hay un sólo método a la hora de editar un texto y tampoco un orden, pero sí hay cierta cadencia, cierto ritmo a la hora de trabajar. Una primera lectura, con cierto brío, debe detectar las faltas de ortografía, concordancia y significado más obvias, pero también debe dejar en nuestra mente -y ayudarse de unas notas no es malo- el ritmo interno del texto, las cesuras que ese ritmo tiene y porqué se producen, los conceptos que no se entienden y hasta su apariencia; entendiendo ésta como la longitud de los párrafos: si todos son largos, o cortos o parece que se han cortado arbitrariamente.
En una segunda lectura, más lenta, hay que detenerse un poco más en las frases, en sus pausas, en las comas y otros signos. No soy amigo de criticar planes de estudio a cuenta de mis propias experiencias en tiempos lejanos: mis bachilleratos elemental y superior fueron una pesadilla de clases interminables, adoctrinamiento y rutina; no seré yo quién defienda que antes se aprendía mejor porque no es verdad. Lo cierto es que estamos pasando de una cultura basada en el libro a otra más audiovisual y eso provoca tensiones y carencias.
Esto viene a cuento de las comas y otros signos, que encontramos muchas veces arrojadas contra el texto como chinchetas, sin lógica ninguna. Saber colocar comas, puntos y demás no es tanto una cuestión de aprendizaje -o enseñanza- como de lectura: cuanto más leamos, más penetraremos en el ritmo de un texto que, al final, es lo que los signos ortográficos pretenden, darnos una guía de cómo leer el texto. En esta segunda lectura del texto, si es preciso, si nuestra intención en el caso de un texto propio es darle un barniz literario, de calidad, la lectura en voz alta es una buena idea para entender mejor cuál es la música interna del texto.

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