Cómo editar un texto (VIII)

Normalmente, una tercera lectura suele ser la definitiva y será la que va a establecer la clase de edición a la que vamos a someter un texto. Más adelante, veremos los matices que se pueden hacer a esta guía general. En esta tercera lectura hay que tirarse a la piscina y empezar a dialogar con el texto con tres ideas en mente: evitar las repeticiones de palabras muy seguidas; aclarar cualquier significado o error semántico; y fijar la coherencia interna del texto.
No es difícil comenzar un texto sosteniendo la maldad intrínseca de las sociedades de gestión de derechos de autor y acabar diciendo lo contrario, por culpa de una mala utilización de un verbo o de un tiempo verbal, o por confundir los significados de un mismo término. En esta categoría entran los 'falsos amigos' que, en las traducciones, por bien que uno conozca un idioma, pueden resultar muy dañinos.
Ejemplos los hay a cientos. Hay que prestar atención, sobre todo en el caso de las lenguas próximas, es más fácil confundirse al traducir al castellano cualquier idioma que deriva del latín que si uno se enfrenta a traducir del inglés o el alemán. No hay que avergonzarse ante el uso de diccionarios, amigos hablantes nativos de la lengua en cuestión, foros y otras herramientas.
En el caso de los textos literarios, además, el contacto con el autor puede ser crucial para alcanzar todos los matices de una frase. Hay que dudar siempre de nuestros propios conocimientos: tal vez nuestros amigos franceses  nunca nos lo hayan dicho, pero siempre les ha resultado extraño nuestra propensión en invierno a coger diarreas -constipé-, en lugar de catarros -rhume- que es lo más habitual.

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