Lord Chesterfield, Cartas a su hijo

Llevo cerca de un par de años embarcado en la lectura de algunos clásicos europeos del XVIII y XIX, desde que la osita me regaló las memorias de Chateaubriand, ya comentadas. La aparición de alguna traducción o la casualidad bibliófila me han metido en este viaje y todavía estoy con la extensa biografía de Samuel Johnson y el Diario de Samuel Pepys, que espero terminar algún día. Mientras, se han cruzado por mediación de los reyes magos en casa de una buena amiga, estas deliciosas -y repetitivas, seamos honestos- cartas de Lord Chesterfield a su hijo, modelo de lo que después se conocerían como manuales de urbanidad. Chesterfield se propone construir con su hijo –el único y bastardo, por cierto- el caballero perfecto. Para ello echa mano de su propia experiencia como habitante del “gran mundo” y desarrolla un experimento práctico –de signo contrario- allá donde Rousseau lo ponía teórico en su novela Emilio. En lugar del buen salvaje, de la búsqueda de la paz campestre y la sencillez, la sofisticación y el gusto por el detalle y la ceremonia de las cortes europeas, sobre todo la francesa.
[…] los buenos modales, la tournure, la douceur dans les manières no son, como dicen y creen algunos, simples frivolidades; se trata, por el contrario, de un bien precioso; previenen muchos males reales; crean, embellecen y consolidan las amistades; ponen límites al odio, llevan al buen humor y la buena voluntad a las familias, donde la falta de educación y de cortesía es con frecuencia la causa principal de toda discordia.
Durante años –literalmente- Chesterfield envía, abruma, amenaza, reconviene y explica una y otra vez a su hijo, que se está educando en Italia, Alemania y Francia, sobre la necesidad de mejorar y desarrollar sus modales. Y así, convierte una colección de cartas bien escritas pero un tanto repetitivas en un manual extraordinario, no tanto de buenas costumbres, como de los usos y maneras de la aristocracia del siglo XVIII, muchas de cuyas actitudes vemos hoy reflejadas en la burguesía, sobre todo en lo que se refiere al culto por la apariencia y la falta de profundidad. Chesterfield no duda en exigir a su hijo que sólo tome un barniz de cultura, y no que la tenga de verdad, que no se dedique:
[…] a la pacotilla naturalista relativa a fósiles, minerales, plantas, etc., sino a la mucho más útil historia política y constitucional de Europa de los últimos tres siglos y medio.
Pero el resultado final de sus desvelos no fue el esperado y su hijo, que murió joven, no llegó a ocupar el puesto que su padre pretendía, en parte por su falta de aplicación en las materias exigidas y en parte también por lo ilegítimo de su destino, aunque esto último jamás lo reconoció Chesterfield.
En fin, un libro interesante para sociólogos y antropólogos interesados en el origen de algunas de nuestras estructuras de comportamiento social y cómo las costumbres de una corte europea han penetrado en todo el mundo y hoy son un canon occidental. También para cualquiera que se dedique a escribir, ya que Chesterfield, como si de un Marcial se tratase, deja a su paso un buen número de citas, muchas latinas. Así que, basta por hoy de “Verba et voces et praeterea nihil [palabras, voces y nada más], que tanto abundan en Internet.

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