Olimpita, de Hernán Migoya y Joan Marín

Tengo la impresión, no respaldada por los datos, de que la historieta en España empieza a gozar de una mala salud de hierro, en términos creativos. Puede que las tiradas sean cortas y no haya un gran reconocimiento social, pero no dejan de salir títulos de calidad al mercado. Olimpita es un buen ejemplo de ello. No conocía la obra de Joan Marín, que tiene un dibujo potente y expresivo, aparentemente sencillo, pero con una técnica compleja. Su juego con los volúmenes y las texturas me han recordado, salvando las distancias, a Alberto Breccia.
Olimpita narra la historia de una mujer atrapada por un marido brutal y el deseo indefinible de escapar. Hernán Migoya es un viejo conocido y un buen guionista, capaz de sorprender con un inesperado giro de la historia y enriquecerla. Hay violencia doméstica, inmigración, amor y un retrato amable de uno de esos mercados de cualquier ciudad que parecen inmóviles en su cotidiana actividad, pero que también ocultan un mundo de relaciones insospechado.
Olimpita es como una especie de continuación de Tapas, la tierna y singular película de José Corbacho, pero con más mala leche, para entendernos.

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