Dándole vueltas, de Frederik Peeters

Las historias que se narran en Una botella al mar, dedicada a una familia de refugiados kurdos en Ginebra, y otra no titulada, en la que desmonta paso a paso la situación del consumo de drogas en Suiza, son demoledoras. Peeters no hace concesiones a la corrección política, a la componenda. Su perplejidad ante la actuación de las autoridades en relación con sus vecinos kurdos es sincera por su lucidez. En el tema de las drogas, sin embargo, su perplejidad deja paso al análisis y a la toma de posición, a señalar las contradicciones de la política y la sociedad.
Peeters no desdeña utilizar materiales oníricos -como en Monzón y en Upsidedown- que poseen una extraña poesía, una ternura oscura. Su trazo a la hora de dibujar es muy interesante, cambiante según la historia, con un buen uso de sombras, las masas de color, los tiempos y el ritmo de las narraciones, que abarcan varios temas: biográficos, políticos o simplemente estremecedores como Sarajevo 2000 o El país de la felicidad.
En su obra hay animales, niños y adultos, en blanco y negro, y en color, pero siempre una mirada entre sutil y directa, mucho más madura y profunda de lo que se esperaría de sus 35 años.
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