Cómo editar un texto (I)

Poco a poco, como si fuéramos dinosaurios ante un meteorito, los editores de texto impreso vamos desapareciendo de los medios de comunicación y me temo que también de las editoriales. Es una lástima, porque es la buena edición la que establece la calidad y el prestigio de un medio, con la misma intensidad que la información en sí. Aunque en su origen la edición fuera sólo una cuestión del texto impreso, lo cierto es que cualquier texto destinado a cualquier medio -incluso en éste- necesita de una edición, más o menos amplia, más o menos rigurosa.
Editar bien un texto es difícil y exigente, porque la edición no es sólo cuestión de ortografía o gramática, que también, sino de sensibilidad para conocer un texto al menos como lo conoce su autor. Editar no es saber lo que el autor quiere decir realmente, ni corregir, ni matizar, ni añadir, ni cambiar. Editar es volver a escribir el texto tal y como el autor lo hizo, como el Quijote de Pierre Menard que tan bien supo ver Jorge Luis Borges.
Tratándose de textos impresos, la edición incluye conseguir que el texto entre en el espacio a él destinado, pero sin cortes o ampliaciones, en un juego sutil de letras y espacios, de palabras y, sobre todo, de respeto por el autor y por su obra. Este respeto se aplica tanto a los textos de grandes autores como a los de principiantes, sin más distinción que el mucho o poco aburrimiento que nos provoquen los textos.
Después de veinte años editando textos, algo he aprendido de este extraño oficio, en el que sólo se triunfa y se alcanza el reconocimiento con el anonimato.

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