En la muerte de un actor

Fue un actor de joven y lo ha seguido siendo. Un actor poco contenido, dado a los gestos grandilocuentes y exagerados. Formado en sus años jóvenes en el cine mudo pero también en la fuerza de la palabra en la radio, durante la edad de oro de los 1930, aunó la exageración de ambos medios. Pero sea como fuere, qué actuaciones: la calculada ampulosidad de sus pasos, por ejemplo, apoyado con firmeza en su crucifijobastón; o la enérgica genuflexión para besar la tierra de cada escala de sus interminables viajes. Qué ambiente asfixiante no habrá sufrido en las pocas hectáreas universales de Roma para dedicarse a viajar sin reposo. Ha sido, con mucho, uno de los más grandes histriones de la política contemporánea, capaz de cumplir hasta el final con la máxima eclesiástica: que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.
El resto, la vergüenza de los lutos, la media asta, la inexistente separación entre la Iglesia y el Estado, la indecente cobertura pública del óbito ya está comentado de sobra en internet. Quizás el mejor resumen de lo que este papa fue está en una de sus últimas disposiciones: el nombramiento del obispo de Cartagena (Murcia), llamado el “obispo del agua”, como arzobispo de Zaragoza. ¿No dicen ellos “Tuve sed y me disteis de beber”? Claro que aquel se refería al agua del Jordán, no a la del trasvase del Ebro.

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