Se llamaba Vaquero

Era un matón grande y cetrino, que vivía en Chamberi. Ya sólo recuerdo su apellido. No era mal estudiante y tampoco especialmente conflictivo. Se sentó detrás de mi durante el curso 1974-75 y me machacó a golpes la espalda clase tras clase, en cuanto tenía un momento libre. Yo tenía 14 años.
Primero probé con el silencio y la indiferencia, con la mirada puesta en el final de curso. Pensé con ingenuidad que se olvidaría de mí. Pero el desprecio lo enfureció más. Nadie intentó pararle, sólo me miraban con simpatía, pero... era yo quién debía defenderme según las leyes no escritas de las clases.
Después decidí hacerme amigo suyo para que me dejara en paz, convencido de que no iba a llegar a final de curso. Y me dejó en paz. Tuve suerte.
A mediados de 1976 dejé de saber de él y no he vuelto a verlo. Ni siquiera me acordaba ya.
Hace unos días me lo ha recordado Luis Antonio de Villena y su libro Mi colegio.
Los adultos no hemos escarmentado. Y los niños tampoco.

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