Reflexiones sobre el Twittmad

Volviendo del Twittmad, la reunión mensual de usuarios de Twitter de Madrid me ha dado por pensar en nuestras huellas, en la identidad.
No descubro nada si digo que no somos más allá de unos fragmentos en la memoria de alguien, que somos retazos de una conversación con terceros, fotografías desvaídas que sólo existen cuando alguien las mira. No por aquello de que la caída de un árbol en el bosque vacío sólo existe si alguien escucha el estruendo, no. Las fotografías existen al margen de los fotografiados, pero sólo somos alguien cuando nos reconocen en ellas, cuando nos devuelven a la vida. En el fondo, la fotografía no es más que una democratización del anhelo humano por la inmortalidad.
Visto que no podíamos construir pirámides para todos, ni tampoco encargar retratos a un pintor, una fotografía que pasaba de una generación a otra era suficiente para garantizarnos cierta inmortalidad. Ahora internet ha añadido una dimensión extra a esos fragmentos. Internet nos da la inmortalidad.
Creo que dentro de 50 años, la mayoría de las webs, de los foros y de las bandejas de entrada y las redes sociales que guardan ahora cientos de trozos de nuestra vida y de las vidas de los que nos rodean seguirán existiendo y nos habrán dado, al fin, la inmortalidad.
No hará falta un descendiente con memoria que recuerde quién es el tercero por la derecha en una desvaída fotografía, bastará con ver las etiquetas, con seguir los enlaces, con leer cada trozo de su quehacer. Reconstruir una vida a través de los miles de huellas que dejamos en la Red, que van quedando dispersas por los servidores será una aventura apasionante.

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