El control de la palabra, de André Schiffrin

Cada vez me gusta más el mundo de la edición y de los editores, sobre todo de los llamados independientes, los que no son enormes conglomerados de varias empresas de comunicación, llenos de sinergias y frialdad. Schiffrin, es uno de estos, hijo del fundador de la colección La Pleiade y editor de The New Press y un analista fino y preciso a la hora de explicar los peligros y las consecuencias de los movimientos de concentración que han vivido las editoriales en Francia, en Estados Unidos y en el Reino Unido.
El control de la palabra, verdadero aviso de lo que puede suceder si desaparecen los pequeños editores y los pequeños libreros, es un libro que se echa en falta en España, donde la edición es un mundo plácido y silencioso que jamás -más allá de unas quejas genéricas- manifiesta nada. De puertas afuera, no hay cifras, no hay análisis, no hay la más mínima reflexión, como si la sociedad -nosotros, los lectores- no tuviese derecho a saber cómo está el sector.
Así que hay que conformarse con inferir, gracias a textos como éste, lo que sucede en España. Schiffrin explica bien -es un libro muy breve- los entresijos de la edición francesa, los números, la concentración y la amenaza que supone para los pequeños editores independientes y para el pensamiento crítico. Cómo la connivencia entre poder político y económico "arregla" acuerdos entre empresas que sólo piensan en el dinero, no en la cultura
Francia se convertía así en el único país del mundo en el que sus esenciales órganos de prensa están en manos de vendedores de armas y aviones militares, Lagardère y Dassault, que poseen entre los dos el 70% de la prensa francesa.
Schiffrin analiza también el papel de la prensa en esta melé de empresas y medios culturales y propone algunas soluciones desde un realismo no exento de ciertas dosis de utopía, desde una izquierda real, como cuando señala que
[…] no sería realista esperar una nacionalización de Dassault o de otros grupos de prensa, pero la idea de un control del periódico ejercido por los equipos que se encargan de él merece ser discutida. Es evidente que los Dassault y sus iguales tratarían de contratar sólo a personas que secundaran sus puntos de vista, pero los periodistas competentes no abundan y, si las redacciones se limitaran a incorporar a los más conservadores, sus lectores acabarían resintiéndose.
Por último, este editor francoestadounidense que vive a caballo entre ambos países, lanza un desafío "el control de los medios y de nuestra manera de pensar por parte de los grandes conglomerados no es una fatalidad ligada a la globalización, sino un proceso político al que cabe oponerse con éxito." Pues eso, a oponerse.

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