Metafísica de los tubos y Estupor y temblores, de Amélie Nothomb

Por algún sitio empiezo el repaso por las muchas lecturas de estas últimas semanas. En este caso, las dos novelitas de esta escritora belga, lúcida y divertida, por cierto muy bien traducida por Sergi Pámies. La ficción de Amélie Nothomb se alimenta desde que comenzó su carrera de los años de infancia y juventud que pasó en Japón, donde su padre estaba destinado como diplomático. Así que a la hora de escoger, en cierto modo da igual qué texto se escoja: todos muestran, sin rencores y con un punto de acidez, las muchas diferencias que existen entre Japón y Occidente, siempre desde la admiración de una niña y su deslumbramiento inicial al descubrir la clase de mundo en la que vivía.
En Metafísica de los tubos, Nothomb se centra en los primeros años de su vida, en su creencia -alimentada por la adoración sin límites de su aya japonesa- de ser un dios y en sus jugueteos con la muerte y otras obsesiones que se descubrirán a lo largo de las demás novelas. Porque ese es el astuto juego que Nothomb nos propone: dejar que sea ella la que dosifique sus experiencias y vivencias casi como un coleccionable, lo que le permite publicar con muchas asiduidad, aunque sea a costa de una brevedad un poco reprochable. Las anécdotas y su mirada, curiosa, perpleja, admirada y horrorizada juega a su favor y el lector termina por perdonar ese incesante trocear de su vida en varios discursos temáticos.
Esta metafísica, un poco más reflexiva que otros textos, explica y describe el descubrimiento del placer como eje de la personalidad humana, con el contrapunto, no menos humano y personal, del asco:
Sólo nuestras repulsiones nos definen realmente.
En cuanto a Estupor y temblores -un título excelente, por cierto-, se trata de una novela más descriptiva, con la empresa japonesa como escenario. Allí, toda la mentalidad machista, jerárquica e implacable de Japón se muestra en todo su esplendor. Nothomb compone un retrato bastante duro de la empresa japonesa y de sus empleados, del trabajo y su cultura -más bien un culto: es casi una deidad-, y de cómo afecta a las mujeres, francamente muy maltratadas por una sociedad que las considera iguales que los hombres, pero con un papel totalmente sometido a reglas y convenciones de muy difícil comprensión.

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