El Rastreador, de Jiró Taniguchi

No sé porqué, este verano está siendo muy de descubrir o de hacer cosas por primera vez. ¿Será que me acerco a los 50 y estoy re-naciendo? Por ejemplo, además de la pila habitual de papeles impresos y encuadernados pendiente se han unido al menos cuatro o cinco títulos digitales. No pdfs ni docs, no, auténticos libros digitales que no existen en otro formato y que me interesan. Pero de eso ya hablaremos otro día.
Hoy toca repetir con un autor al que sigo de cerca desde hace tiempo, con una novela gráfica un poco más floja que las anteriores, más policíaca y menos poética, aunque mantiene el trazo firme y el ritmo denso de sus libros anteriores.
El Rastreador tiene, además, la particularidad de haber sido editado a la japonesa. Aunque está en castellano, hay que leerlo de atrás adelante y de derecha a izquierda, lo que convierte la lectura en una experiencia ciertamente singular. Reconozco que me costó -tal vez unas mínimas instrucciones de uso serían deseables- al principio, pero después hasta lo he disfrutado. Eso sí, porque se trata de Taniguchi, que escribe y dibuja con deleite y a quien conviene acompañar despacio, no ha habido problema. No sé que puede pasar con otros autores que exijan una pauta de lectura más rápida.
El Rastreador es la historia de un montañero encargado por su compañero de cordada de cuidar de su familia antes de morir en el Himalaya. Cuando la hija de su amigo desaparece, Shiga parte a Tokyo en su busca.
Menos filosófico y más comercial, El Rastreador es un hermoso canto a la constancia y a la amistad. Leyéndolo he recordado qué es la montaña y por qué, al marcharse Óscar Pérez, todos nos hemos ido un poco con él, dejando atrás la pared de piedra, el silencio.

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