Nuestro lado oscuro, de Élisabeth Roudinesco

Pocas veces recordamos cuándo hemos escuchado una palabra por primera vez. Sólo algunas palabras extrañas -hace sólo unos días aprendí lo que es un acápite- y normalmente asociadas con recuerdos de confusiones infantiles. No recordamos cuándo escuchamos casa o tierra por primera vez, aunque el vídeo haya llegado para hurtar nuestros olvidos y nos muestre cuándo dijimos nuestras primeras palabras. Pero ése es otro problema. Recuerdo bien , no obstante, cuándo oí por primera vez la palabra 'perverso' y supe de su significado, asociado desde entonces a la imagen, algo encorvada, siempre inquietante y sombría de Peter Lorre en M, el vampiro de Düsseldorf. Lo recuerdo porque la vi en aquella sorprendente televisión de 1960 en la que se emitían con subtítulos películas como esa y pregunté qué era aquello de perverso. No sé qué voluntariosa definición me darían, pero la palabra me ha perseguido desde entonces. Para bien, claro.
Esta sociedad es más perversa en cierto modo que los perversos a los que ya no sabe definir pero cuya voluntad de goce explota para mejor reprimirla después.
Así son las conclusiones a las que llega Élisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro, Una historia de los perversos, un libro excelente -para perversos o no- que explica la evolución del concepto de la perversidad desde la Edad Media, con Gilles de Rais, como contrapunto perverso de Juana de Arco, hasta nuestros días, cuando
Jamás el sexo, en sus formas más variadas, ha suscitado tantos trabajos, nunca ha fascinado en igual medida, nunca ha sido tan estudiado, teorizado, examinado, sondeado, exhibido e interpretado como en nuestra sociedad, que, al liberarlo de la censura, la coacción y la servidumbre al orden moral, ha creído encontrar en el enunciado del goce de los cuerpos la solución al enigma del deseo y de sus intermitencias.
Porque Roudinesco encuentra, a través de la historia, un camino tortuoso que enlaza las primeras perversiones -como vestirse de hombre una mujer- a la Alemania nazi y los campos de concentración, hoy incuestionable perversión número uno en el imaginario colectivo. Con Sade y Freud como nombres más destacados, Roudinesco explica cómo las primeras perversiones basadas en la existencia de un dios, han dado paso a la ciencia.
Aunque es un fenómeno un poco más complejo que lo que la autora relata -el libro es, por fuerza, un poco superficial-, la evolución de la sociedad y de los tabúes ha llevado a una simplificación de la perversión: hoy sólo son perversos los pedófilos y los terroristas como representantes del mal absoluto. El problema es que
Si ninguna perversión es concebible sin la instauración de interdictos fundamentales –religiosos o laicos- que gobiernen las sociedades, ninguna práctica sexual humana es posible sin el apoyo de una retórica. Y precisamente porque la perversión resulta deseable, al igual que el crimen, el incesto y la desmesura, hubo que designarla no sólo como una trasgresión o una anomalía, sino también como un discurso nocturno donde se enunciaría siempre, en el odio a uno mismo y la fascinación por la muerte, la gran maldición del goce ilimitado.
Hoy la sociedad apenas si establece interdictos, antes bien, alienta explicaciones científicas reductoras y empobrecedoras. Como bien dice Élisabeth Roudinesco
Tal vez algún día el discurso de la ciencia, a fuerza de oponer una negación a todo lo que tiene que ver con la subjetividad inconsciente, consiga hacer creer que la perversión no es más que una enfermedad y que los perversos pueden ser eliminados del cuerpo social. Sin embargo, eso significará que el término «desviación» se habrá impuesto para designar, de forma perversa, todos los actos transgresivos de que es capaz la humanidad: los peores y los mejores. Sin duda llegado ese día tendremos que renunciar, a costa de la creencia en una posible erradicación del mal absoluto, a la admiración que nos inspiran buena parte de aquellos que hacen avanzar la civilización.
El libro no incluye ningún catálogo de perversiones, pero sí una excelente bibliografía, que me he permitido subir aquí. En resumen, una excelente aproximación a un asunto oscuro y atractivo, en el que, además de mirarnos a nosotros mismos, hemos de mirar alrededor buscando quién comparte según qué cosas.

Technorati:

Comentarios

Entradas populares de este blog

El vertedero, de Djuna Barnes

La función de la crítica, de Terry Eagleton

El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala