La intuición del instante

Como lector, antes voraz y hoy más selectivo aunque no menos hambriento, la elección de los autores suele revestir gran importancia. La vida es corta y los cantamañanas abundan, así que hay que ser cuidadoso. Hay autores de los que sería capaz de leer hasta sus listas de la compra si las hicieran, como Ferlosio o Moorcock, por poner dos extremos y otros que con una obra me basta, como Rushdie o Rulfo.
Sin llegar a la pasión, Gastón Bachelard entra en una categoría intermedia: autores interesantes a quien es bueno conocer ampliamente. Y el segundo de los libros que he leído de él, La intuición del instante, confirma ese interés y mi deseo de repetir en su obra.
Escrito originalmente en 1932, el libro parece responder a la conmoción que el mundo de la cultura debió sufrir tras la popularización de las ecuaciones de Einstein y el cambio de paradigma provocado en la Física o, más bien, del cambio en la percepción humana que la relatividad trajo. El libro se abre con una extraordinaria cita de Samuel Butler: "Si una verdad no es lo suficientemente sólida para soportar que se le desnaturalice o se le maltrate, no es de especie muy robusta".
En él, Bachelard reivindica que los poetas ya adelantaron en su momento que el tiempo es sólo una dimensión más. Que vivimos sin pasado ni futuro.
El tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. No hay duda de que el tiempo podrá renacer, pero antes tendrá que morir.
Como en el caso del espacio, Bachelard se pasea por el tiempo comprendiendo desde dentro, como una experiencia propia que comparte con sus lectores, en qué consiste algo tan conocido y sentido como imposible de exteriorizar.
La experiencia inmediata del tiempo no es la experiencia tan fugaz, tan difícil y tan docta de la duración, sino antes bien la experiencia despreocupada del instante, aprehendido siempre en su inmovilidad.
Mediante el análisis literario del Siloë de Gaston Roupnel, Bachelard contrapone el tiempo de Bergson con el de la poesía, la percepción contra la intuición, el devenir contra la inmovilidad, el instante contra la duración.
No saco conclusiones de su paseo, ni creo que fuera esa su intención. Más bien parece que toma de la mano al lector y le enseña lo que puede percibir y puede interpretar de su propio tiempo. El libro se cierra con un estudio de Jean Lescure, un amigo de Bachelard que recoge algunas conversaciones mantenidas por ambos acerca del tiempo y la poesía. Y con una frase define qué buscaba Bachelard en sus obras:
¿A dónde va la luz de una mirada cuando la muerte pone su dedo frío sobre los ojos de un moribundo?
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