Los escándalos de Crome, de Huxley (y Google)

El lanzamiento de Chrome, el nuevo navegador de Google, me ha recordado la primera novela de Aldous Huxley, Crome Yellow o Los escándalos de Crome. Todos tenemos un momento Huxley durante nuestra vida lectora, que empieza con Un mundo feliz y suele terminar en Las puertas de la percepción. Es decir, de la distopía a las drogas y no seguiré por ahí. Durante mi propio momento Huxley leí también Viejo muere el cisne -que me gustó tanto como su obra más famosa- y estos escándalos que rescato ahora.
Es la primera novela de Huxley, un poco convencional y también un ejercicio de análisis interesante sobre la hipocresía y la fama, sobre la burguesía y la maledicencia en una pequeña población inglesa. Leyendo la excelente explicación de lo que es Chrome en el cómic de Scott McCloud, un viejo conocido mío, recordé la razón narrativa de aquella novela, basada en cómo pequeñas frases, cómo unas pocas palabras, dichas aquí y allá, en momentos y lugares diferentes, van componiendo un retrato destructivo de una persona. Cómo pequeños e inocentes comentarios tomados por separado, al unirse, cambian por completo la percepción que podemos tener de alguien.
En su base, en su programación, Google describe Chrome como un conjunto de acciones independientes que ofrecen una nueva forma de entender internet.
Pero además, lo que este nuevo programa informático representa no es tanto su capacidad para ofrecer una nueva experiencia en seguridad o comodidad a la hora de enfrentarse a internet, que lo hace, sino que es como un paso más, una pequeña acción que se suma a otras más -como esta, menos publicitada pero importante- para cambiar nuestro pensamiento y la forma en que este se desarrolla. Hace unas semanas, Nicholas Carr se preguntaba en The Atlantic si Google -y por extensión, la Red- nos estaba convirtiendo en estúpidos, al modelar nuestro pensamiento y nuestra forma de conocimiento al reducir nuestra capacidad de concentración a unos pocos párrafos de cualquier página. Carr sostiene que empezamos a ser incapaces de concentrarnos en los textos largos y buscamos respuestas inmediatas y cortas, en suma, que está cambiando el paradigma del conocimiento -basado en la cultura libresca- que nos ha sostenido hasta ahora. Lo mismo que sostiene Sloterdijk, ya comentado aqui.
Carr, como me sucede a mi, es capaz de recordar cómo otros cambios trascendentales han sido acogidos con escepticismo y temor, desde la propia escritura, denostada por los griegos como causante de la pérdida de memoria, hasta la imprenta, temida por su capacidad multiplicadora. Así que no está seguro de que Google o la Red sean malos, pero sí cuestiona a dónde nos lleva.
Este fin de semana, Luisgé Martín provocaba a los lectores al preguntarse si leer sirve para algo bueno:
"desde hace años tengo la sospecha de que la lectura es menos benéfica de lo que se proclama continuamente con altavoces y pregoneros. O incluso que es dañina, que resabia."
A lo mejor Google tiene razón, y es más beneficioso el pensamiento reducido, inmediato y superficial para nuestra mente. ¿Qué pensáis?

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