Kafka en la orilla, de Haruki Murakami

Mientras Haruki Murakami está bendecido y se mueve con un aura de santidad literaria, de pedigrí y calidad -que no discuto y comparto-, escritores como Ballard pasan como un poco desvaídos, etiquetados con firmeza e injustamente como autores de género, como si fueran incapaces de tener más de un registro. Pero, mientras con Murakami el lector sabe muy dónde va y de dónde viene en sus novelas -por más que una lectura superficial pueda indicar lo contrario-, con Ballard el viaje es siempre desconocido.
Vuelvo a dejar claro que me gusta Murakami y que lo considero un escritor de calidad, pero sus novelas son una compañía tan previsible como un buen amigo. Es como una conversación con alguien a quien se conoce desde hace muchos años, sus palabras, el tema de la charla puede sorprender, pero su personalidad, su pensamiento y sus ideas son las que conocemos de sobra.
Murakami es tan bueno que no le importa que el eco de sus palabras se parezca de una novela a otra, o mejor dicho, que utilice los mismos andamios para revocar fachadas diferentes de edificios que son iguales.
En este caso, el mundo mágico es el de un adolescente de 15 años huido de su casa al que seguimos por un camino a través de Japón -probad a leerlo tecleando en google maps, es fascinante-, que termina en una biblioteca que le dará todas las respuestas. Un conductor de camión, un bibliotecario que no es lo que parece, un retrasado mental y una pareja con una pasión intensa y deslumbrante, completan el reparto.
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