El final del desfile, de Ford Madox Ford

Dice la solapa de este libro que es la mejor novela de la Primera Guerra Mundial que se haya escrito nunca y puede que sea cierto. El otro día explicaba que no me gusta que los libros me entretengan, que espero algo más. Y hace unas semanas, cuando casi, casi me llevo de la biblioteca este libro, sin pasar por la casilla de salida, sabía que no me iba a entretener. Hace un par de años que el nombre capicúa de Ford Maddox Ford me rondaba, quizás por alguna cita de otro autor, o alguna portada en cualquier librería; lo seguro es que fue durante mi último viaje a Londres, a ver su feria del libro.
Hoy, un par de lecturas después –tuve que suplicar que me renovaran un mes más el préstamo-, he confirmado que esta novela no me ha entretenido. Vayamos por partes, porque pocas veces se produce una comunión total con un autor, un placer tan absoluto en la lectura que casi no te deja respirar y hasta miras el libro con miedo. Es una de las mejores novelas que he leído nunca, tan rica y tan bien construida, que es sorprendente que haya tardado tanto en aparecer en castellano.
Como no quiero que el entusiasmo acrítico desborde este texto, aclaro que se reúnen en este Desfile… circunstancias, motivos y recuerdos propios, así que tal vez otros lectores tengan una lectura más sosegada, aunque no por eso menos intensa, porque razones para apreciar la obra de Ford las hay sin necesidad de apelar a ninguna experiencia previa.
El final del desfile recoge las cuatro novelas en las que Ford dividió su relato de unas pocas personas, habitantes de la Inglaterra de comienzos del siglo XX, hasta el término de la Primera Guerra Mundial. De las cuatro -Hay quien no…, No más desfiles, Se podría estar de pie y El toque de retreta-, la primera chirría un poco respecto de las demás, pero a la luz de las siguientes ayuda a rematar el relato. Hay quien no… es el marco, o mejor el bastidor, sobre el que se apoya el lienzo que forman las otras tres.
La historia es la de un caballero inglés y de la profunda maldad de su esposa, infiel e ignorante, que le atormenta porque se atreve a mostrarse indiferente ante ella, mientras a su alrededor, la familia y la sociedad cierran los ojos por hipocresía. Pero de un hilo argumental tan escaso y tan poco original, Ford pinta una especie de cuadro de Delacroix, de un realismo insoportable, pero con la geometría precisa y los colores de Mondrian. Ya sé que parece una contradicción, pero es que la novela refleja la olla a presión que era la literatura europea de los 1920, otra de las razones por las que me parece espléndida: explica y enlaza con lo que escribían Lawrence y Joyce, por ejemplo.
Pero además, analiza cómo la Primera Guerra Mundial se llevó por delante una concepción del mundo que tenía siglos de historia, destruyendo y revolucionando toda la sociedad europea. Muchas de las consecuencias de esa guerra son las responsables de la resaca que arrastró el siglo corto que dice Eric Hobsbawm. Y los escombros de todo ese periodo son los cimientos de nuestro mundo de hoy.
Al margen de esa sociología, Ford derrocha amor y también humor y hace un prodigioso retrato de personajes y de situaciones, muchas de las cuales veremos después en ficciones audiovisuales –estas sí pensadas para entretener- como Arriba y Abajo, Lo que queda del día o Brideshead.
[...] una guerra es inevitable. En primer lugar, están los tipos como tú en los que no se puede confiar. Y luego está la multitud que quiere tener cuarto de baño y esmalte blanco. Millones de ellos repartidos por todo el mundo. No sólo aquí. Y no hay suficientes cuartos de baño ni esmalte blanco para todos. Lo mismo os pasa a vosotros, los polígamos, con las mujeres. No hay suficientes mujeres en el mundo para satisfacer vuestros insaciables apetitos. Y no hay suficientes hombres en el mundo para que cada mujer tenga uno. Y la mayoría de las mujeres quieren varios. Por eso hay tantos casos de divorcio.
También es una espléndida novela de guerra, lúcida y hasta dolorosa, pero sin ser áspera ni truculenta en los tramos en los que se desarrolla en las trincheras de Francia, cuando la guerra
Era la misma negrura que se abate sobre uno cuando piensa en sus muertos.
Es un libro denso y minucioso de los sentimientos, de la portentosa crueldad de una mujer despechada, pero que también reivindica la esperanza y la sencillez, la posibilidad de que alguien sea feliz sólo por “estar de pie en alguna colina” erguido y de espaldas a la sociedad.

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